Estrés. Desgraciadamente, tenemos un estilo de vida que conlleva mucho estrés; las consecuencias para la salud son muy negativas. Estamos manteniendo niveles altos y mantenidos de cortisol. Ante un agente estresante (pensamiento, situación familiar, situación laboral…), el cuerpo se comporta de acuerdo a los mecanismos de supervivencia, ocasionando así:
- Un aumento de glucosa en sangre (necesitamos energía para huir o luchar). Pero esta glucosa no la gastamos (e.g.: cuando hay un estrés emocional, no salimos corriendo, ni luchamos contra nadie), luego entonces va a ser retirada por la insulina que la lleva, fundamentalmente a los adipocitos, donde se almacena en forma de grasa. Esto dará lugar a una bajada de glucosa (hipoglucemia) reactiva, que provocará hambre, iniciándose un proceso de subidas y bajadas de glucosa/insulina y de acumulación de grasa.
- Bajos niveles de serotonina que nos van a desencadenar hambre hedonista, ganas de comer cosas dulces.
Falta de sueño. Nuestro organismo dispone de un reloj central situado en el hipotálamo y de otros muchos relojes periféricos (en los distintos órganos) que actúan en conjunto. Nuestro reloj central responde a ciclos circadianos (cerca de 1 día) y se sincroniza cada día con el ciclo de luz/oscuridad. Nosotros debemos marcar pautas (horas de comer, hora de dormir…); y respetar las horas de sueño. Cuando hay un desorden en la hora de dormir y en las horas de sueño, aparecen perturbaciones, entre otras, un aumento de hambre. Ello es debido a un aumento de la grelina (produce señal de hambre) y a un descenso de la leptina (desaparece una señal de saciedad).
L.N. Alicia Cohen Mizrahi