La mayoría de nosotros estamos conscientes de que la leche de vaca entera contiene colesterol y grasas perjudiciales para nuestra salud, asociadas con infarto al miocardio, placa ateromatosa e incluso diabetes. Sin embargo, aunque la leche descremada no contiene grasa ni colesterol no la recomiendo, ya que:
Es rica en caseína.
La proteína más abundante (80%), la más antigénica y alergénica. El 40% de la misma es indigerible, que favorece la constipación e inflamación intestinal.
Contiene Lactosa.
Molécula difícil de digerir y con el paso de los años producimos menos lactasa ( enzima necesaria para digerir y absorber la lactosa ). Cuando consumimos leche es muy probable que la lactosa se fermente en los intestinos causando problemas digestivos como hinchazón, gases y otras dificultades.
Rico contenido en proteínas animales y fósforo.
Lo que favorece la acidez metabólica, disminuyendo el pH de la sangre (acidez), pudiendo provocar la salida del calcio de los huesos hacia la sangre, lo cual se asocia con la aparición de cálculos renales y osteoporosis.
Algunos productores recurren a la hormona recombinante de crecimiento bovino (rBGH), la cual se inyecta a la vaca para que produzca más leche de la que podría dar de manera natural. Esto incrementa los niveles de la hormona factor de crecimiento insulínico (IGF-1), que se traspasa a la leche y está relacionada con el cáncer de próstata, mama y ovarios, según datos del Instituto Nacional de Cáncer, publicados por la Universidad de Oxford.
Los países que tienen menor índice de cáncer, como China, son los que NO consumen lácteos.
Hay que saber escoger sabiamente y hacernos cada día más conscientes de nuestra alimentación; aprender a usar la información que tenemos pare decidir qué comer o qué evitar.
Un poco de leche o queso, de vez en cuando no hace daño. En cambio, su consumo diario, puede dejar consecuencias. La diferencia se nota desde el primer momento. Intenten eliminar lácteos y notarán que tendrán mayor energía, menos inflamación y problemas estomacales.